(Disculpas porque he abandonado mi blog temporalmente por circunstancias ineludibles. Allá voy, continúo mi relato...)
Llegamos a España, y otra vez recuperamos nuestra rutinaria vida, madrugar, trabajar, comer, cocinar, hacer la compra, gimnasio, ver la tele… Sin apenas tener tiempo para nosotros. Cada día hablábamos, de esa posible vida en Bali, todo nuevo, todo por descubrir, es decir, una vida de sorpresas que ya no teníamos.
Por otro lado, el miedo a lo desconocido, a romper los lazos de toda una vida, familia, amigos, trabajo…
Cada uno, íbamos pensando los pros y los contras, yo lo tenía más fácil, porque como funcionaria, podía pedir una excedencia y recuperar después mi trabajo, mi marido sin embargo, echaría el cierre a muchos años de experiencia y trabajo como autónomo, se tiraba a la piscina sin saber si había suficiente agua… Un auténtico dilema.
Mi hija estaba deseando que fuéramos, pero mi hijo Manu vive en Londres, consultamos con él, le preguntamos su opinión, la verdad es que no se lo tomó a la ligera, pensó con nosotros todas las ventajas e inconvenientes, su respuesta fue contundente: me parece fantástico que arriesguéis casi todo por vuestros sueños, sois las personas más valientes que conozco y aunque no salga bien, o no os adaptéis a vuestra nueva vida, siempre os quedará una maravillosa experiencia, única e irrepetible.
Manu es un fenómeno, trabaja y se paga su máster en Londres, y encima saca las mejores notas, siendo el único extranjero. No pensó para nada en él. Era el mayor perjudicado porque se quedaba sin hogar, a 2 horas de avión, incluidos caparrones, y lo cambiaba por otro a 22 horas de viaje… Sin caparrones!
No creáis que duró mucho esta tortura. En poco tiempo, mi marido, el que más perdía laboralmente con el cambio, puso una fecha para irse: en mayo volaba a Bali definitivamente.
Me entró pánico de inmediato, ya era una realidad, el sueño estaba a punto de cumplirse…
Decidimos que él se iba primero, yo me resistía a irme porque mi madre, ya anciana, había perdido a su segunda hija hacía poco y yo me consideraba su acompañante vespertina, en la medida que el poco tiempo de que disponía me lo permitía. Además, como excusa, me quedaba para recoger el piso y dejar las cosas en un guardamuebles, etc.
En esos meses antes de su marcha, él trabajó muy duro para dejar todo bien organizado, no perjudicar en absoluto a sus clientes, y terminar con el mayor número de asuntos pendientes. Fuimos de shopping para él. Cambiaba a un clima tropical todo el año, y además de llevarse la ropa de verano de Logroño, a saber, polos y pantalones largos más finos, náuticos y mocasines de verano, necesitaba pantalones cortos, chanclas, etc. Además de kits completos para evitar picaduras, antihistamínicos conocidos, y botiquín con las cuatro cosas básicas.
Y llegó mayo.
Iba haciendo su maleta, cada vez que la veía, cada vez mas llena, me daba un vuelco el corazón.
Llegó el día de su marcha, cuando se fue camino de la estación, lloré como una niña, me trasladé a la habitación más pequeña de la casa, no quería dormir sola en una cama taaaan grande, sin mi estufita humana a mi lado.
El dilema era ahora sólo mío: ¿cuándo iba a poder reunirme con él?.
Mientras tanto, mi hija, había buscado una casa para poder vivir con su padre. Encontró una villa, que estaba muy bien, aunque los dueños vivían justo al lado. Tenía un gran salón con cocinita, dos dormitorios y dos baños, jardín con un gazebo y piscina. Y por supuesto, templos por todas partes para las ofrendas de la familia… Pero esto merece un capítulo aparte.
Ya estoy aquí otra vez! Llegamos a España, y otra vez recuperamos nuestra rutinaria vida, madrugar, trabajar, comer, cocinar, hacer la compra, gimnasio, ver la tele… Sin apenas tener tiempo para nosotros. Cada día hablábamos, de esa posible vida en Bali, todo nuevo, todo por descubrir, es decir, una vida de sorpresas que ya no teníamos.
Por otro lado, el miedo a lo desconocido, a romper los lazos de toda una vida, familia, amigos, trabajo…
Cada uno, íbamos pensando los pros y los contras, yo lo tenía más fácil, porque como funcionaria, podía pedir una excedencia y recuperar después mi trabajo, mi marido sin embargo, echaría el cierre a muchos años de experiencia y trabajo como autónomo, se tiraba a la piscina sin saber si había suficiente agua… Un auténtico dilema.
Mi hija estaba deseando que fuéramos, pero mi hijo Manu vive en Londres, consultamos con él, le preguntamos su opinión, la verdad es que no se lo tomó a la ligera, pensó con nosotros todas las ventajas e inconvenientes, su respuesta fue contundente: me parece fantástico que arriesguéis casi todo por vuestros sueños, sois las personas más valientes que conozco y aunque no salga bien, o no os adaptéis a vuestra nueva vida, siempre os quedará una maravillosa experiencia, única e irrepetible.
Manu es un fenómeno, trabaja y se paga su máster en Londres, y encima saca las mejores notas, siendo el único extranjero. No pensó para nada en él. Era el mayor perjudicado porque se quedaba sin hogar, a 2 horas de avión, incluidos caparrones, y lo cambiaba por otro a 22 horas de viaje… Sin caparrones!
No creáis que duró mucho esta tortura. En poco tiempo, mi marido, el que más perdía laboralmente con el cambio, puso una fecha para irse: en mayo volaba a Bali definitivamente.
Me entró pánico de inmediato, ya era una realidad, el sueño estaba a punto de cumplirse…
Decidimos que él se iba primero, yo me resistía a irme porque mi madre, ya anciana, había perdido a su segunda hija hacía poco y yo me consideraba su acompañante vespertina, en la medida que el poco tiempo de que disponía me lo permitía. Además, como excusa, me quedaba para recoger el piso y dejar las cosas en un guardamuebles, etc.
En esos meses antes de su marcha, él trabajó muy duro para dejar todo bien organizado, no perjudicar en absoluto a sus clientes, y terminar con el mayor número de asuntos pendientes. Fuimos de shopping para él. Cambiaba a un clima tropical todo el año, y además de llevarse la ropa de verano de Logroño, a saber, polos y pantalones largos más finos, náuticos y mocasines de verano, necesitaba pantalones cortos, chanclas, etc. Además de kits completos para evitar picaduras, antihistamínicos conocidos, y botiquín con las cuatro cosas básicas.
Y llegó mayo.
Iba haciendo su maleta, cada vez que la veía, cada vez mas llena, me daba un vuelco el corazón.
Llegó el día de su marcha, cuando se fue camino de la estación, lloré como una niña, me trasladé a la habitación más pequeña de la casa, no quería dormir sola en una cama taaaan grande, sin mi estufita humana a mi lado.
El dilema era ahora sólo mío: ¿cuándo iba a poder reunirme con él?.
Mientras tanto, mi hija, había buscado una casa para poder vivir con su padre. Encontró una villa, que estaba muy bien, aunque los dueños vivían justo al lado. Tenía un gran salón con cocinita, dos dormitorios y dos baños, jardín con un gazebo y piscina. Y por supuesto, templos por todas partes para las ofrendas de la familia… Pero esto merece un capítulo aparte.
Lo principal es que llegó muy bien, la casa le encantó, su habitación en el piso de arriba era enooooorme, con un techo altísimo y con baño. La familia, encantadora también le esperaba para que celebrase con ellos la mayor fiesta de Bali, el 'Galungan' en la que se recibe a los espíritus de los antepasados de cada familia. Dura 10 días, en los que a lo largo de los mismos se cocinan un montón de comidas tradicionales balinesas, bananas cocinadas, pasteles de arroz frito, se sacrifican y cocinan cerdos y tortugas.
Visten con sus elegantísimos trajes de color blanco, y colocan en cada casa un “penjor” que es una altísima estructura de bambú, en las que cuelgan maíz, cocos, dulces, flores…
A los 10 días se celebra el 'Kuningan', el fin de la fiesta, donde se despide a esos espíritus que regresan a su mundo. ¿Curioso no? Pues eso le esperaba a Manolo nada más llegar!
Visten con sus elegantísimos trajes de color blanco, y colocan en cada casa un “penjor” que es una altísima estructura de bambú, en las que cuelgan maíz, cocos, dulces, flores…
A los 10 días se celebra el 'Kuningan', el fin de la fiesta, donde se despide a esos espíritus que regresan a su mundo. ¿Curioso no? Pues eso le esperaba a Manolo nada más llegar!
Mientras tanto, yo empezaba a pensar en empaquetar cosas en mi solitaria casa. Dios mioooo… ¿Por dónde empezar? Solo de pensar en la enorme cantidad de libros me mareaba, por no pensar en los cientos de chorraditas y adornos distribuidos por toda la casa, no por su escaso valor, menos importantes. Los muebles y montones de cuadros no me importaban, eso era cosa de la empresa de mudanzas, pero el resto??? La cocina??? Solo la cocina tenía tantísimas cosas… SOCORROOOOOOOO.
Teniendo en cuenta que la mañana era íntegra para el trabajo y parte de la tarde para mi madre, disponía de poco tiempo para este arduo trabajo.
En fin, una de mis pocas virtudes es ser resolutiva. Así que contacté con mi ya amiga Sara Mayoral, que vino a casa, evaluó el mogollón de cosas que habíamos reunido en 30 años de nuestra vida, y me prohibió tocar nada. Ellos se encargarían de todo. Respiré aliviada, y dejé pasar unos cuantos días, hasta que mi coco decidió que al menos iba a aglutinar libros por temas, para que estuvieran ordenados en las cajas que posteriormente se embalarían.
Comencé a sacar y a depositar los libros en diferentes habitaciones, separando libros de historia, best seller, colecciones importantes, libros de cocina, guías de viaje, temáticos… Un buen follón. Y como pesan los condenados!!!
Menos mal que mis apreciadas, parlanchinas y divertidas amigas Chuchi, Satur, Mónica y Cristina me ayudaban cada día con unas buenas cañas en el bar de mi amiga Dori, Cafetería Dominó, a olvidarme un poco de esos marrones que tenía encima…
Y algún día entre semana, por la Laurel con Yolanda y Rosa, de pincho en pincho y de carcajada en carcajada!
Y los findes, entre San Juán, San Agustín, Laurel y unas copitas en La Imprenta, con mi hermana pequeña, María, con más amigos y Hugo y Yoli, me olvidaba de ese caos cerebral que era mi cabeza, entre lo que tenía que hacer y mis ganas de irme.
Mi hermana María me acogería en su casa todo el tiempo que necesitara. No quise ni oír hablar de quedarme en casa de mi madre, hubiera sido tremendo dejarla luego. Aparte de que mis nervios me hacían levantarme a cualquier hora de la cama para fumar un piti, y no quería molestarle. María que es más joven que yo, entiende esas cosas perfectamente.
Mientras, mi madre me interrogaba por “los balineses”, me imagino que se iba haciendo a la idea de que antes o después me tenía que marchar, por muchísimo que nos doliera a las dos.
Teniendo en cuenta que la mañana era íntegra para el trabajo y parte de la tarde para mi madre, disponía de poco tiempo para este arduo trabajo.
En fin, una de mis pocas virtudes es ser resolutiva. Así que contacté con mi ya amiga Sara Mayoral, que vino a casa, evaluó el mogollón de cosas que habíamos reunido en 30 años de nuestra vida, y me prohibió tocar nada. Ellos se encargarían de todo. Respiré aliviada, y dejé pasar unos cuantos días, hasta que mi coco decidió que al menos iba a aglutinar libros por temas, para que estuvieran ordenados en las cajas que posteriormente se embalarían.
Comencé a sacar y a depositar los libros en diferentes habitaciones, separando libros de historia, best seller, colecciones importantes, libros de cocina, guías de viaje, temáticos… Un buen follón. Y como pesan los condenados!!!
Menos mal que mis apreciadas, parlanchinas y divertidas amigas Chuchi, Satur, Mónica y Cristina me ayudaban cada día con unas buenas cañas en el bar de mi amiga Dori, Cafetería Dominó, a olvidarme un poco de esos marrones que tenía encima…
Y algún día entre semana, por la Laurel con Yolanda y Rosa, de pincho en pincho y de carcajada en carcajada!
Y los findes, entre San Juán, San Agustín, Laurel y unas copitas en La Imprenta, con mi hermana pequeña, María, con más amigos y Hugo y Yoli, me olvidaba de ese caos cerebral que era mi cabeza, entre lo que tenía que hacer y mis ganas de irme.
Mi hermana María me acogería en su casa todo el tiempo que necesitara. No quise ni oír hablar de quedarme en casa de mi madre, hubiera sido tremendo dejarla luego. Aparte de que mis nervios me hacían levantarme a cualquier hora de la cama para fumar un piti, y no quería molestarle. María que es más joven que yo, entiende esas cosas perfectamente.
Mientras, mi madre me interrogaba por “los balineses”, me imagino que se iba haciendo a la idea de que antes o después me tenía que marchar, por muchísimo que nos doliera a las dos.
[CONTINUARÁ...]