El vuelo se me hizo corto esta vez, tantas expectativas en mi cabeza me permitieron soñar durante todo el vuelo.
No le hice mucho caso a mi compañero de vuelo, Tancred, un alemán súper amable. Mis pensamientos estaban en Bali, casi cuatro meses sin ver a Manolo y por supuesto a Cristina, y todas las ilusiones del mundo puestas en esa pequeña Isla.
En fín, entre sueños despierta y sueños dormida, aterricé en mi futuro hogar.
Mi maleta, además de ropa iba llena de bandejas de jamón, chorizos, cuñas de queso, salchichones… Era una maleta que se abría como un libro, con dos compartimentos, uno a cada lado, cerrados con cremalleras y espacio en el centro para mas cosas. Se me ocurrió que la ropa iba más protegida en las cremalleras y la comida en medio…
La había plastificado en Barajas, por temor a que reventara, y al pasar por el scanner de los que “no tienen nada que declarar”, me pidieron que fuera a unas mesas con funcionarios que revisaban las maletas.
Os podéis imaginar, que cuando rasgaron el plástico y abrieron la maleta, empezaron a salir toooodas las cosas de zampar que llevaba… ahora a ver como les explico que es un chorizo o un salchichón a esta gente, que no lo ha visto en su vida, y sin saber apenas ni ingles ni indonesio…
Me iban preguntando una por una que que era eso… yo les decía, chorizo, jamón, jajjjajajaaaa, es que es lo que era! Ya no se me ocurría nada para que no pensaran que era droga o yo que sé, así que les ofrecí que probaran las cosas, que mas podía hacer! Les decía enak-enak (delicioso en indonesio). Do you want?
Al final, como siempre, se echaron a reír y me dijeron que podía pasar, pero los muy cabrones no me ayudaron a meter todo otra vez en la dichosa maleta, así que con una dosis extra de paciencia, lo volví a colocar todo de nuevo y rezando para que no hiciera “pum” salí al pasillo de llegada de pasajeros, y allí estaban mis dos balineses esperándome desde hacía una hora y media.
No le hice mucho caso a mi compañero de vuelo, Tancred, un alemán súper amable. Mis pensamientos estaban en Bali, casi cuatro meses sin ver a Manolo y por supuesto a Cristina, y todas las ilusiones del mundo puestas en esa pequeña Isla.
En fín, entre sueños despierta y sueños dormida, aterricé en mi futuro hogar.
Mi maleta, además de ropa iba llena de bandejas de jamón, chorizos, cuñas de queso, salchichones… Era una maleta que se abría como un libro, con dos compartimentos, uno a cada lado, cerrados con cremalleras y espacio en el centro para mas cosas. Se me ocurrió que la ropa iba más protegida en las cremalleras y la comida en medio…
La había plastificado en Barajas, por temor a que reventara, y al pasar por el scanner de los que “no tienen nada que declarar”, me pidieron que fuera a unas mesas con funcionarios que revisaban las maletas.
Os podéis imaginar, que cuando rasgaron el plástico y abrieron la maleta, empezaron a salir toooodas las cosas de zampar que llevaba… ahora a ver como les explico que es un chorizo o un salchichón a esta gente, que no lo ha visto en su vida, y sin saber apenas ni ingles ni indonesio…
Me iban preguntando una por una que que era eso… yo les decía, chorizo, jamón, jajjjajajaaaa, es que es lo que era! Ya no se me ocurría nada para que no pensaran que era droga o yo que sé, así que les ofrecí que probaran las cosas, que mas podía hacer! Les decía enak-enak (delicioso en indonesio). Do you want?
Al final, como siempre, se echaron a reír y me dijeron que podía pasar, pero los muy cabrones no me ayudaron a meter todo otra vez en la dichosa maleta, así que con una dosis extra de paciencia, lo volví a colocar todo de nuevo y rezando para que no hiciera “pum” salí al pasillo de llegada de pasajeros, y allí estaban mis dos balineses esperándome desde hacía una hora y media.
Entre abrazos y besos, les expliqué que me habían retenido un montón de rato revisándome la maleta, cogimos el transporte y con el chófer muy cabreado por la espera, pusimos rumbo a Canggu, a la zona de Babakan, que es donde esta nuestra casa.