Pasaron un par de meses, en ese caos que era mi vida, Manolo y Cristina me iban contando su vida a 15.000 kilómetros, yo seguía indecisa, con mis fechas.
Empecé a vaciar los armarios de ropa, cuantísimas cosas acumuladas. Llené bolsas gigantescas para Cáritas. Ahí sí que lloré como una magdalena, cuando del armario de Manolo, salieron perfectamente guardados los primeros peluches, los primeros zapatitos y los primeros chupetes de nuestros hijos. Jamás me hubiera imaginado esa tiernísima faceta en mi práctico marido...
Por fin tomé la decisión de irme de 'okupa' a casa de María para que los de la mudanza pudieran empezar a embalar y llevarse todo. Aparté para dejar en su casa algo de ropa de invierno para los cuatro, por si teníamos que venir por algún motivo.
En casa de mi hermana todo muy bien. Sus hijos, Fermín y Luis, no pueden ser mas cariñosos, me instalé en su rutina de colegio, meriendas, actividades… Sin problema! Me encantaba poder hablar con ella en los pocos ratos que tenía libres y disfrutar de su compañía los fines de semana, aprovechar para tapear por ahí y tomar alguna copilla.
Mientras tanto, a través de las conversaciones con Manolo y Cristina, me daba cuenta de que ya no estaban tan a gusto en la casa, ya que no se acostumbraban a la falta de intimidad provocada por el carácter de los propietarios, que utilizaban cuando querían el jardín y la piscina, y les inundaban de ofrendas la casa. Se pusieron manos a la obra para buscar otra mas independiente.
A finales de julio empecé a plantearme que tenía que pedir la excedencia, con la esperanza de que me la concedieran sin problemas… Al fin me decidí. El 1 de Septiembre!
Le comuniqué a mi jefa la fecha definitiva, por su parte no había inconveniente, así que rellené la solicitud y la presenté en Recursos Humanos. La suerte estaba echada. En pocos días recibí la resolución afirmativa de Servicios Centrales.
Manolo y Cristina ya estaban en la nueva casa que habían encontrado y me mandaban fotos y vídeos para que la viera.
Mis sentimientos eran contradictorios, me daba muchísima pena irme, y por otra parte tenía unas ganas locas de empezar mi nueva vida.
Cuando estaba con mi madre por las tardes, la cabeza me daba vueltas: ¿como decirle a una madre que ha perdido ya a dos de sus hijas, que ya tenía decidido irme tan lejos de ella? Por otra parte, estaban mis hermanos Isabel, Chuchi y María… La verdad es que me estaba volviendo majareta intentando hacerlo de la mejor manera posible.
Pero, como siempre, mi madre me facilitó las cosas. Una tarde de Agosto me dijo que ya hacía 3 meses que se había ido Manolo y que mi sitio estaba con mi familia.
Así pues, saqué mi vuelo solo de ida para el día 9 de Septiembre. Se lo comuniqué a Manolo y Cristina que se pusieron como locos de contentos, y a Manu, que desde Londres me animó muchísimo.
La primera semana de Septiembre, ya sin trabajar, la dediqué a hacer todas las compras que tenía pendientes para llevarme a Bali, despedirme de mis compañeros, muchos tras 38 años juntos, otros de menos años e incluso solo de meses, pero casi todos queridísimos.
Por último, de mis hermanos y cuñados, en especial de Fede, el viudo de mi querida hermana Lilí, fallecida hacía un año y que en el momento de despedirnos, lloramos como dos críos. Tanta pena…
El último día, de mis queridas amigas y amigos en el Dominó como siempre.
Pues nada, a la 7,30 salí de casa de mi hermana, nos despedimos con un beso y un “sampai jumpa” (hasta pronto en indonesio), cogí el bus que me llevaba directamente a la T4 y puse rumbo a mi nueva vida.
Empecé a vaciar los armarios de ropa, cuantísimas cosas acumuladas. Llené bolsas gigantescas para Cáritas. Ahí sí que lloré como una magdalena, cuando del armario de Manolo, salieron perfectamente guardados los primeros peluches, los primeros zapatitos y los primeros chupetes de nuestros hijos. Jamás me hubiera imaginado esa tiernísima faceta en mi práctico marido...
Por fin tomé la decisión de irme de 'okupa' a casa de María para que los de la mudanza pudieran empezar a embalar y llevarse todo. Aparté para dejar en su casa algo de ropa de invierno para los cuatro, por si teníamos que venir por algún motivo.
En casa de mi hermana todo muy bien. Sus hijos, Fermín y Luis, no pueden ser mas cariñosos, me instalé en su rutina de colegio, meriendas, actividades… Sin problema! Me encantaba poder hablar con ella en los pocos ratos que tenía libres y disfrutar de su compañía los fines de semana, aprovechar para tapear por ahí y tomar alguna copilla.
Mientras tanto, a través de las conversaciones con Manolo y Cristina, me daba cuenta de que ya no estaban tan a gusto en la casa, ya que no se acostumbraban a la falta de intimidad provocada por el carácter de los propietarios, que utilizaban cuando querían el jardín y la piscina, y les inundaban de ofrendas la casa. Se pusieron manos a la obra para buscar otra mas independiente.
A finales de julio empecé a plantearme que tenía que pedir la excedencia, con la esperanza de que me la concedieran sin problemas… Al fin me decidí. El 1 de Septiembre!
Le comuniqué a mi jefa la fecha definitiva, por su parte no había inconveniente, así que rellené la solicitud y la presenté en Recursos Humanos. La suerte estaba echada. En pocos días recibí la resolución afirmativa de Servicios Centrales.
Manolo y Cristina ya estaban en la nueva casa que habían encontrado y me mandaban fotos y vídeos para que la viera.
Mis sentimientos eran contradictorios, me daba muchísima pena irme, y por otra parte tenía unas ganas locas de empezar mi nueva vida.
Cuando estaba con mi madre por las tardes, la cabeza me daba vueltas: ¿como decirle a una madre que ha perdido ya a dos de sus hijas, que ya tenía decidido irme tan lejos de ella? Por otra parte, estaban mis hermanos Isabel, Chuchi y María… La verdad es que me estaba volviendo majareta intentando hacerlo de la mejor manera posible.
Pero, como siempre, mi madre me facilitó las cosas. Una tarde de Agosto me dijo que ya hacía 3 meses que se había ido Manolo y que mi sitio estaba con mi familia.
Así pues, saqué mi vuelo solo de ida para el día 9 de Septiembre. Se lo comuniqué a Manolo y Cristina que se pusieron como locos de contentos, y a Manu, que desde Londres me animó muchísimo.
La primera semana de Septiembre, ya sin trabajar, la dediqué a hacer todas las compras que tenía pendientes para llevarme a Bali, despedirme de mis compañeros, muchos tras 38 años juntos, otros de menos años e incluso solo de meses, pero casi todos queridísimos.
Por último, de mis hermanos y cuñados, en especial de Fede, el viudo de mi querida hermana Lilí, fallecida hacía un año y que en el momento de despedirnos, lloramos como dos críos. Tanta pena…
El último día, de mis queridas amigas y amigos en el Dominó como siempre.
Pues nada, a la 7,30 salí de casa de mi hermana, nos despedimos con un beso y un “sampai jumpa” (hasta pronto en indonesio), cogí el bus que me llevaba directamente a la T4 y puse rumbo a mi nueva vida.