Después de estar “en casa” durante 8 meses, poniéndole la cabeza como un bombo a mi marido, contándole todo lo que viví y experimenté en Bali, se nos presentó la oportunidad de volver, ya que a mi hija le ofreció trabajo un español afincado en la isla.
Comenzaba en febrero de 2014, así que la ocasión era fantástica, ya que viajaríamos los tres, conoceríamos al jefe de Cristina y podríamos buscar un alojamiento para ella. Nada podía ser mejor, ya que el puñetero estrés estaba haciendo mella también en la salud de Manolo, en forma de hipertensión. Así que preparamos las maletas y vuelta a Bali!
Repetimos algunos lugares y ciudades que habíamos visto en nuestra anterior visita, cambiando los hoteles, con más o menos acierto.
En Jimbaran habíamos quedado con una ya amiga de internet, Eli, casada con un indonesio, para conocernos y darle unos detalles que le habíamos traído de España para sus dos niños. Cuando le llamamos, nos dijo que había contraído el “dengue” y que no se encontraba bien, así que pospusimos la visita para la vuelta de nuestro recorrido por la isla. Nos advirtió que usáramos repelente de mosquitos, para evitar esta enfermedad. La verdad es que esta advertencia, quedó en el olvido, porque no son frecuentes los casos de dengue en Bali…
A Manolo le encantó comer en la orilla del mar en Jimbarán, celebrar allí su cumpleaños, visitar el Templo de Uluwatu, con sus maravillosas puestas de sol y sus monos, la playa y la ciudad de Seminyak, el Templo de Tanah Lot en Canggu y sus restaurantes en la playa. En el hotel en que nos alojamos en Canggu había varios españoles, pilotos y azafatas la mayoría, y uno de los pilotos, también tenía dengue, ¡qué raro!, pensamos…
Comenzaba en febrero de 2014, así que la ocasión era fantástica, ya que viajaríamos los tres, conoceríamos al jefe de Cristina y podríamos buscar un alojamiento para ella. Nada podía ser mejor, ya que el puñetero estrés estaba haciendo mella también en la salud de Manolo, en forma de hipertensión. Así que preparamos las maletas y vuelta a Bali!
Repetimos algunos lugares y ciudades que habíamos visto en nuestra anterior visita, cambiando los hoteles, con más o menos acierto.
En Jimbaran habíamos quedado con una ya amiga de internet, Eli, casada con un indonesio, para conocernos y darle unos detalles que le habíamos traído de España para sus dos niños. Cuando le llamamos, nos dijo que había contraído el “dengue” y que no se encontraba bien, así que pospusimos la visita para la vuelta de nuestro recorrido por la isla. Nos advirtió que usáramos repelente de mosquitos, para evitar esta enfermedad. La verdad es que esta advertencia, quedó en el olvido, porque no son frecuentes los casos de dengue en Bali…
A Manolo le encantó comer en la orilla del mar en Jimbarán, celebrar allí su cumpleaños, visitar el Templo de Uluwatu, con sus maravillosas puestas de sol y sus monos, la playa y la ciudad de Seminyak, el Templo de Tanah Lot en Canggu y sus restaurantes en la playa. En el hotel en que nos alojamos en Canggu había varios españoles, pilotos y azafatas la mayoría, y uno de los pilotos, también tenía dengue, ¡qué raro!, pensamos…
Buscamos el hotel mas maravilloso del mundo en Ubud, en dos palabras im-presionante, aunque muy lejos del centro, en medio de la jungla. Nos alojamos en dos villas independientes con piscina propia. Cuando llegamos estaba cayendo el diluvio universal, dos empleados bajaron las altísimas escaleras para intentar protegernos con unos paraguas enormes y subir las maletas… ¡pobres!
Al día siguiente hacía un día espléndido, disfrutamos de nuestra piscina privada, y vagueamos un poco. Decidimos ir al centro, así que conseguimos un conductor, Putu, que nos llevó a la ciudad durante los días que estuvimos allí, ya que la carretera era todo curvas y sin iluminación, por lo que no nos atrevimos a alquilar moto. Estuvimos en el mercado, Manolo se cansó enseguida, es agotador recorrerlo entero y regatear absolutamente todo, aunque a Cristina le encanta! Comimos en la ciudad, callejeamos un buen rato, y ya por la tarde empezó a diluviar otra vez, así que volvimos al hotel, baño, cenita y a dormir.
Esa noche, oí a Manolo que se levantaba varias veces, estaba muy inquieto y al ponerle la mano en la frente, estaba ardiendo. Me dijo que se encontraba fatal, y que le dolía todo. Le dí un par de paracetamoles, y al cabo de un rato, se durmió tranquilamente.
Por la mañana, aunque estaba un poco mejor, yo ya estaba mosqueada, así que le pedí a Cristina que, aunque no había concluido nuestra estancia en Ubud, fuéramos hacia Lovina, ya que ella había vivido un año allí y conocía todo perfectamente.
Efectivamente, después del recorrido hacia Lovina, con las correspondientes paradas para admirar los arrozales de Jatiluwih, y todas las maravillosas cosas que hay en la ruta, comprobé que Manolo, a pesar de sus esfuerzos, seguía estando muy mal.
Al día siguiente hacía un día espléndido, disfrutamos de nuestra piscina privada, y vagueamos un poco. Decidimos ir al centro, así que conseguimos un conductor, Putu, que nos llevó a la ciudad durante los días que estuvimos allí, ya que la carretera era todo curvas y sin iluminación, por lo que no nos atrevimos a alquilar moto. Estuvimos en el mercado, Manolo se cansó enseguida, es agotador recorrerlo entero y regatear absolutamente todo, aunque a Cristina le encanta! Comimos en la ciudad, callejeamos un buen rato, y ya por la tarde empezó a diluviar otra vez, así que volvimos al hotel, baño, cenita y a dormir.
Esa noche, oí a Manolo que se levantaba varias veces, estaba muy inquieto y al ponerle la mano en la frente, estaba ardiendo. Me dijo que se encontraba fatal, y que le dolía todo. Le dí un par de paracetamoles, y al cabo de un rato, se durmió tranquilamente.
Por la mañana, aunque estaba un poco mejor, yo ya estaba mosqueada, así que le pedí a Cristina que, aunque no había concluido nuestra estancia en Ubud, fuéramos hacia Lovina, ya que ella había vivido un año allí y conocía todo perfectamente.
Efectivamente, después del recorrido hacia Lovina, con las correspondientes paradas para admirar los arrozales de Jatiluwih, y todas las maravillosas cosas que hay en la ruta, comprobé que Manolo, a pesar de sus esfuerzos, seguía estando muy mal.
Llegamos al hotel de Lovina, compramos un termómetro, y otra vez fiebre intermitente y alta, y nada de apetito, así que al día siguiente, análisis de sangre y en dos horas, por correo electrónico, nos entregaron los resultados. Como me esperaba ¡¡¡era dengue!!!.
Como es una enfermedad desconocida para nosotros, me asusté mucho, volví loco a mi querido sobrino Fedechu, médico, contacté con un chico encantador de Médicos Sin Fronteras, en fín, nada de qué preocuparse, pero un proceso largo y muy molesto. A través de ellos aprendí que al dengue le llaman “la fiebre quebrantahuesos”, que no tiene prevención y que solo se puede tomar paracetamol y líquidos para paliar el malestar.
¡Vaya plan! Al pobre Manolo le llenábamos la mesilla de zumos vitaminados, una especie de actimeles pequeñitos, pero muy ricos, agua, leche… y como no quería ver a nadie, pues qué remedio, nos íbamos Cristina y yo de marcha por ahí… eso sí, con el móvil a mano por si acaso. Lovina es muy pequeñita y estábamos a 2 minutos si nos necesitaba…
Estuvimos una semana hasta que estuvo más o menos recuperado y entonces volvimos a Seminyak, ya que Kuta no nos seducía nada, y nada más llegar Manolo nos pidió ir a Mc Donald’s a comer una hamburguesa, jajajaaaaa. Allí fuimos y se la zampó enterita, ¡así que ya estaba empezando a recuperarse!
Disfrutamos de los días que nos quedaban, conocimos finalmente a Eli, encantadora y emprendedora, muy recuperada de su dengue, y a otro español, Joaquín, un buen amigo nuestro, ¡encantador y siempre dispuesto a ayudar!
Nunca más hemos oído hablar de dengue en esta isla… no sabemos de dónde salió la puñetera mosquita transmisora y porqué le gustan tanto los bulés. Mala suerte, pero sin más importancia.
Dejamos a Cristina en Bali otra vez y volamos a España. Manolo fue al Centro de Salud a hacerse otros análisis y ya estaba libre de dengue.
Cristina feliz y nosotros…vuelta a la rutina.
Como es una enfermedad desconocida para nosotros, me asusté mucho, volví loco a mi querido sobrino Fedechu, médico, contacté con un chico encantador de Médicos Sin Fronteras, en fín, nada de qué preocuparse, pero un proceso largo y muy molesto. A través de ellos aprendí que al dengue le llaman “la fiebre quebrantahuesos”, que no tiene prevención y que solo se puede tomar paracetamol y líquidos para paliar el malestar.
¡Vaya plan! Al pobre Manolo le llenábamos la mesilla de zumos vitaminados, una especie de actimeles pequeñitos, pero muy ricos, agua, leche… y como no quería ver a nadie, pues qué remedio, nos íbamos Cristina y yo de marcha por ahí… eso sí, con el móvil a mano por si acaso. Lovina es muy pequeñita y estábamos a 2 minutos si nos necesitaba…
Estuvimos una semana hasta que estuvo más o menos recuperado y entonces volvimos a Seminyak, ya que Kuta no nos seducía nada, y nada más llegar Manolo nos pidió ir a Mc Donald’s a comer una hamburguesa, jajajaaaaa. Allí fuimos y se la zampó enterita, ¡así que ya estaba empezando a recuperarse!
Disfrutamos de los días que nos quedaban, conocimos finalmente a Eli, encantadora y emprendedora, muy recuperada de su dengue, y a otro español, Joaquín, un buen amigo nuestro, ¡encantador y siempre dispuesto a ayudar!
Nunca más hemos oído hablar de dengue en esta isla… no sabemos de dónde salió la puñetera mosquita transmisora y porqué le gustan tanto los bulés. Mala suerte, pero sin más importancia.
Dejamos a Cristina en Bali otra vez y volamos a España. Manolo fue al Centro de Salud a hacerse otros análisis y ya estaba libre de dengue.
Cristina feliz y nosotros…vuelta a la rutina.