Hace tiempo viajé a esta isla desconocida para mí, pero imaginada a través de los ojos de mi hija Cristina, que estaba desde hacía un año viviendo aquí gracias a una beca de la Embajada de Indonesia, destinada a dar a conocer a estudiantes de todo el mundo su cultura, su idioma y sus costumbres.
Y me vine, con poca ropa en una mochila, tal como mi hija me había indicado, a pasar su último mes en Bali, para que me enseñara todo lo que había visto y aprendido.
Es cierto que aunque ella, desde emails y skypes, me había transmitido mucho, no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar al desembarcar del avión…
Lo primero, el miedo a que no me dejaran entrar, ya que en mi nulo inglés había rellenado el cuestionario oficial para declarar, y había marcado “si” en la casilla de si llevaba drogas, entendiendo que debía de ponerlo por la cantidad de pastillas para la ansiedad y para dormir, que tanto tiempo llevaba tomando por prescripción médica. Mi instinto me dijo que tachara el “si” y que luego pusiera “no” antes de entregarlo. El funcionario que lo revisó se echó a reír y, con una sonrisa de oreja a oreja, selló mi pasaporte y así entré en Bali, en un estado de ansiedad, rayando el pánico…
Pero ahí estaba mi chiquilla, rodeada de balineses con sus sarong y sus turbantes, esperándome, con todo nuestro cariño de un año concentrado en un abrazo y miles de besos, me puso una flor de frangipani en la oreja y cargando mi mochila, se dirigió a la zona de conductores, y allí la vi discutir y regatear en bahasa, con el que le había caído en gracia para que nos llevara a nuestro primer destino próximo al aeropuerto, Jimbaran.
Y me vine, con poca ropa en una mochila, tal como mi hija me había indicado, a pasar su último mes en Bali, para que me enseñara todo lo que había visto y aprendido.
Es cierto que aunque ella, desde emails y skypes, me había transmitido mucho, no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar al desembarcar del avión…
Lo primero, el miedo a que no me dejaran entrar, ya que en mi nulo inglés había rellenado el cuestionario oficial para declarar, y había marcado “si” en la casilla de si llevaba drogas, entendiendo que debía de ponerlo por la cantidad de pastillas para la ansiedad y para dormir, que tanto tiempo llevaba tomando por prescripción médica. Mi instinto me dijo que tachara el “si” y que luego pusiera “no” antes de entregarlo. El funcionario que lo revisó se echó a reír y, con una sonrisa de oreja a oreja, selló mi pasaporte y así entré en Bali, en un estado de ansiedad, rayando el pánico…
Pero ahí estaba mi chiquilla, rodeada de balineses con sus sarong y sus turbantes, esperándome, con todo nuestro cariño de un año concentrado en un abrazo y miles de besos, me puso una flor de frangipani en la oreja y cargando mi mochila, se dirigió a la zona de conductores, y allí la vi discutir y regatear en bahasa, con el que le había caído en gracia para que nos llevara a nuestro primer destino próximo al aeropuerto, Jimbaran.