Volvemos a la paz! Os aseguro que pensaba que no podría vivir sin ruidos y bullicio a mi alrededor, pero es estupendo, te relajas muchísimo. A estas alturas de la peli, me había quitado también media pastilla del mediodía…
Otra vez acierto del hotel elegido por Cristina… a la orilla de una playa poco concurrida, pero escondite de surferos, con el pelo quemado por las horas de agua y sol, y morenísimos de piel. ¡Qué guapos!
Con nuestra moto alquilada, fuimos a la playa de Echo Beach, en donde al borde de un rompeolas, se dibujan varios restaurantes con exposición de pescados y mariscos frescos, donde eliges el producto que quieras consumir, y te lo asan en el momento, además de un buffet, con arroz, salsas y ensaladas variadas para servirte cuanto quieras... Magnífico!
Otra vez acierto del hotel elegido por Cristina… a la orilla de una playa poco concurrida, pero escondite de surferos, con el pelo quemado por las horas de agua y sol, y morenísimos de piel. ¡Qué guapos!
Con nuestra moto alquilada, fuimos a la playa de Echo Beach, en donde al borde de un rompeolas, se dibujan varios restaurantes con exposición de pescados y mariscos frescos, donde eliges el producto que quieras consumir, y te lo asan en el momento, además de un buffet, con arroz, salsas y ensaladas variadas para servirte cuanto quieras... Magnífico!
Pero lo que más me marcó de Canggu, además del verde de sus campos de arroz y su paz, fue el increíble y cercano Templo de Tanah Lot.
Al principio me sorprendió el mercadillo que se encuentra fuera del templo, con sus variopintas tienditas, donde puedes comprar sarongs, pulseras y todo tipo de souvenirs que puedas imaginar. Me sorprendió porque pensé que aquello no parecía muy espiritual, pero una vez superado el mercado, traspasamos la típica entrada balinesa, que asemeja, supongo, a unas puertas que invitan a la entrada al templo, y apareció el misterioso templo, un islote un poco alejado de la orilla del mar donde para acceder al mismo caminas entre olas para que los sacerdotes te bendigan.
La bendición es muy sencilla, pero a mí me impresionó muchísimo. Es como una cueva en donde surge un manantial de agua dulce. En él te lavas las manos y la cara, y pasas a que uno de los sacerdotes te rocíe con agua, te ponga en la frente unos granitos de arroz y una flor de frangipani en la oreja izquierda. Cuando salimos, la marea había empezado a subir, y nos mojamos hasta las rodillas, ayudadas por una hilera de balineses con sus camisas, sarong y turbantes blancos.
Al principio me sorprendió el mercadillo que se encuentra fuera del templo, con sus variopintas tienditas, donde puedes comprar sarongs, pulseras y todo tipo de souvenirs que puedas imaginar. Me sorprendió porque pensé que aquello no parecía muy espiritual, pero una vez superado el mercado, traspasamos la típica entrada balinesa, que asemeja, supongo, a unas puertas que invitan a la entrada al templo, y apareció el misterioso templo, un islote un poco alejado de la orilla del mar donde para acceder al mismo caminas entre olas para que los sacerdotes te bendigan.
La bendición es muy sencilla, pero a mí me impresionó muchísimo. Es como una cueva en donde surge un manantial de agua dulce. En él te lavas las manos y la cara, y pasas a que uno de los sacerdotes te rocíe con agua, te ponga en la frente unos granitos de arroz y una flor de frangipani en la oreja izquierda. Cuando salimos, la marea había empezado a subir, y nos mojamos hasta las rodillas, ayudadas por una hilera de balineses con sus camisas, sarong y turbantes blancos.
Nos quedamos hasta el fin del precioso sunset, y vimos como algunos turistas rezagados salían del templo con el agua ya por el pecho, y es que Tanah Lot, se queda totalmente rodeado de agua al alcanzar la pleamar!
Mientras iba oscureciendo vimos la cantidad de murciélagos enormes que están colgados de las rocas que rodean al templo, también podías ver, pagando, a una serpiente enorme, pero no nos interesaba demasiado, además yo me encontraba en un estado de beatificación total, y no quería que se me cayeran los granitos de arroz, que por supuesto se caen en cuanto se secan. Bueno, conservé la flor de frangipani en un libro. Si hubiera tenido a mano un poco de loctite, me habría pegado el arroz a mi frente para siempre!
Hacía un rato que había comenzado a chispear, y al coger la moto, los cascos los habíamos dejado boca arriba colgando de los retrovisores, aquí nadie te roba, y estaban bastante mojados. Alquilados al igual que las motos, (el mío me quedaba enorme, aún no sé como no lo perdí en alguna de nuestras excursiones), fue muy desagradable ponérnoslos húmedos, pero ante un posible accidente, nos aguantamos. Mi hija, la conductora, iba molesta, decía que le picaba la cabeza, así que paramos donde pudimos, se quitó el casco, y ¡un bicho enooorme salió de su casco… que asco! Nos pusimos las dos como locas, a dar saltos, gritando, y sacudiéndonos el pelo y los cascos… En Bali, los insectos son muy grandes!!! Mientras, los balineses que pasaban en sus motos, nos miraban, nos pitaban y se reían de esas dos “bules" (guiris) locas.